jueves, diciembre 14, 2006

Catalunya Libre contra Catalanes libres: La Identidad

Es bien cierto que lo que nos da la identidad es lo que nos diferencia. Pero también se ha de considerar que nos diferenciamos de distintas formas. Ningún aspecto nos da más identidad que otro, somos todas nuestras diferencias: Un médico de Teruel no es más de Teruel que médico, aunque en un congreso de médicos se le pueda identificar como “el de Teruel” sin para nada indicar lo obvio, entiéndase, que es médico, pero no sólo eso, también que es un ser humano (Aún no se conocen cangrejos con la carrera de medicina), que es mamífero, que sabe leer y escribir...Además de lo obvio también le identifica, diferenciándolo, lo irrelevante para la situación, como si utiliza gafas, si es varón o sabe ir en bicicleta. Entre sus vecinos, en Teruel, es posible que haya quien lo identifique como “el médico”.
Las diferencias mismas son cambiantes. Si el camarero del bar de la esquina se saca el Nivell C y aprueba unas oposiciones públicas deja de ser “el camarero” y pasa a ser “el jardinero del ayuntamiento”. Pero no deja de ser él mismo.
De hecho es por definición imposible “perder la identidad”. Aunque sea una tautología: Uno siempre es uno mismo, por más que cambien las cosas. Incluso a nivel psicológico, cuando se dice que alguien tiene algún “trastorno de identidad” no se significa con ello que el paciente no sea él mismo, o tenga problemas para serlo. El paciente siempre continúa siendo quien es y aún podemos decir que precisamente forma parte de su identidad el tener dichos problemas. El amnésico cuando dice: “no sé quién soy” sabe muy bien de quién está hablando. De hecho en ese momento forma parte de su identidad el no recordar su pasado: Él es “el amnésico”.
El caso que más nos acerca nuestra temática; puede darse la situación que alguien sea forzado, a contra voluntad, a ser aquello que no quiere ser. El hijo que llega a ser abogado por presión familiar, es abogado, aunque hubiera querido ser artista. “Yo me siento artista” puede confesar. Esto no lo hace artista, lo hace ser un abogado que se siente artista. Pero es cierto que en él se ha producido una violencia; se le a obligado a ejercer una profesión que por sí mismo no hubiera elegido. Hubo aquí un problema de falta de libertad.
Cuando en política hablamos del derecho a la propia identidad no estamos hablando de un derecho que nos deje ser quienes somos, pues no podemos dejar de serlo. Estamos hablando de libertad para elegir las cosas que nos hacen ser como somos. Y esto tanto para seguir siendo como para dejar de ser lo que uno es.
El pasado nos da identidad en cuanto es irreversible. Eso no lo hace deseable. El niño maltratado es como es, entre otras cosas, como resultado de su terrible niñez. Eso forma parte de su identidad, pero es algo que de haber podido hubiese cambiado. La cosas que conforman nuestra identidad no son buenas en sí mismas por el simple hecho de ser nuestra identidad.
El nacionalismo, paradójicamente, resalta como hechos fundamentales identitarios muchos que, según su cosmovisión, alteraron su identidad esencial. 1714, por ejemplo, es una fecha que según el nacionalismo catalán configura de forma primordial la identidad de Cataluña. Sin embargo, de poder cambiar la historia, cualquiera de estos nacionalistas elegiría la derrota de los felipistas en la guerra de Sucesión. Aunque entonces dejarían de ser tal como son, perderían su identidad actual. Pero claro, objetarán, a cambio de una identidad mejor, más deseable (¿más pura?). Así, se sienten herederos de 1714, pero en calidad de agraviados. Agraviados por la Historia. Se funda así una dialéctica curiosa; la Historia puede ser reivindicada para bien o para mal según convenga: Entre “Seguimos siendo a pesar de 1714” y “Somos y tenemos derechos identitarios por gracia de la Historia” no se ve contradicción. Y la contradicción sólo puede salvarse (fuera de toda creencia sobrenatural en una Providencia Divina) buscando una justificación externa a la Historia misma o privilegiando arbitrariamente un momento concreto de la Historia que nos sirva de fundamento y rehuyendo de ese momento elegido los rasgos no deseables desde el punto de vista actual.
La “identidad” pues, no es buena en si misma y es inevitable. Lo importante es que esa identidad sea libremente elegida . Es decir, los asuntos de identidad no comprometen tanto la identidad como tal sino la libertad de darse uno a si mismo su propia identidad, hacerse a si mismo.
Es un error, entonces, objetar al nacionalismo identitario que la “identidad” es algo a lo que hay que restar importancia. La defensa identitaria es muy importante, es básica. Y lo es porque lo que se está diciendo cuando hablamos de defensa de la identidad no es tanto la defensa de ser nosotros sino la de la libertad de ser como queramos ser.
Pero hemos de estar muy alerta, los ataques contra la identidad pueden provenir de muchos ámbitos y a veces estar muy velados. El principal problema identitario de Cataluña es precisamente la negación, desde instituciones y medios de comunicación, del valor de la identidad de muchos catalanes. De las instituciones y los medios se transmiten a la ciudadanía que la continúa ejerciendo. La negación es tan continua que generalmente ni siquiera somos conscientes de que se ejerce, ni por parte del que la hace ni por parte del que la recibe. Constituyen ya parte de una especie de paradigma kuhniano, de forma que sólo quien sale de él puede entender su artificialidad.
Cuando se habla de Integració al pais se está hablando de integración a un modelo identitario concreto, de forma que también se han de integrar ¡los mismos nativos del propio país! Otro tanto sucede con el concepto Normalització, que implica la desaparición efectiva de lo anormal, es decir cualquier identidad no coincidente con la que se defiende. En los medios de comunicación se pueden oír cosas del tipo; “com diuen els espanyols (o castellans)” al citar una frase hecha, como si fuese algo ajeno y entre los oyentes no hubiese espanyols (o castellano-parlantes), o del tipo “als catalans ens han imposat el castellà”, frase esta doblemente falaz y además excluyente, porque el castellano en Catalunya se habla no porque el catalán fuese discriminado (que lo fue y en muchos aspectos lo sigue siendo) sino porque la mitad de la población lo tiene como lengua materna. Y además, se olvida, estos últimos son igual de catalanes.
La identidad entendida como libertad es algo a proteger. En ello coincido con el nacionalismo. Sólo que los nacionalistas (siempre tan basculantes y poco amantes de la claridad) a veces se refieren, sin especificar, a la identidad individual, a veces a la “colectiva”. La identidad colectiva es la maquina más grande inventada para aplastar las identidades (entiéndase libertades) individuales.
Como se diseña esta identidad colectiva dependerá de quien detente el poder en un momento dado. La fórmula del poder no es asomarse a la ventana y constatar cual es la identidad empírica sino a la inversa, dictar la identidad y si la realidad no se le parece, pues peor para la realidad. Lo que se distinga de la identidad creada será caracterizado como lo “anormal”, la anomalía del paradigma, destinado a la larga, a ser corregido. Para la oligarquía catalana de hoy destaca de la identidad de Catalunya que sus habitantes hablan una lengua propia; el catalán. Ah, bueno, también hay quien habla otra lengua (no propia, ¿prestada?), los hijos y nietos de unos que vinieron a casa nostra (nostra, repito) pero que a la larga, y como som un poble tan acollidor, dejarán de hablarla normalizándose. Para el franquismo, Cataluña, bonita región española era en lo esencial semejante al resto de España (con sus danzas tradicionales y su gastronomía espléndida), sus habitantes hablaban español, como todos, y bueno, también había quien conservaba una lengua regional antigua, la mar de graciosa.

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