Eugenio Trías murió el pasado febrero. Es posible que haya quien lea esto y se acabe de enterar. No es de extrañar. La muerte de Trías ha pasado por los medios catalanes con gran sordina, muy de paso y a poder ser brevemente, como si no fuese con nosotros, los catalanes. No solo los medios, también se ha hecho un gran silencio entre el establishment, que ha mirado a otra parte. Los políticos de importancia no han hecho las consabidas declaraciones, de si "ha mort un patriota", o si es "una gran pèrdua pel país". Nada de eso. Silencio. Y eso que estamos acostumbrados a que esas palabras grandilocuentes las dirijan nuestros dirigentes ante la muerte de cualquier vulgar estudioso, apenas conocidos fuera del oasi, frecuentemente filólogos (filología catalana, claro...) y cuya obra consiste en un trabajo tosco de biblioteca con originalidad inexistente.
Un país como el nuestro, de exaltación hasta el ridículo del valor de lo propio y se olvida, mira por donde, del sin lugar a dudas mejor filósofo catalán que teníamos vivo (y probablemente el mejor, o entre los tres mejores, contando los de toda la Historia). Desde luego el filósofo, no solo catalán, sino español, más reconocido en el extranjero, desde Ortega, Unamuno y Zubiri. El único que ha recibido el que se podría llamar premio Nobel de filosofía, el "Premio Internacional Friedrich Nietzsche".
¿Se nos olvida el patriotismo esta vez? ¿se nos olvida gritar al cielo para que se sepa quién era Eugenio Trías, y que era catalán?. En fin, triste, tristísimo. Pero bueno es saber que el filósofo no se sorprendería para nada de esta actitud y que sin duda es la que esperaba. Conocía bien su tierra, Cataluña. Y mejor que nadie es dejarle a él describirlo, como lo hizo, entre otros lugares, en un artículo de octubre de 1997:
(...)La escasa o nula tradición filosófica que anida por nuestros lares, o el desprecio y desamor latente o patente que en Cataluña se suele manifestar, incluso en medios intelectuales, con relación a la filosofía explican, quizás la imagen del pedregal de la parábola evangélica que acabo de evocar [la de la semilla que arroja un campesino primero a un pedregal, luego a una zona más receptiva]. Y es que el tan celebrado seny catalán, como muchas veces denunció Joan Maragall, es con demasiada frecuencia la coartada de una percepción alicorta, estrecha de miras, de un escepticismo ramplón y bon vivant, o de un hedonismo de escaso aliento, para el cual toda aventura de pensamiento es reputada como una absurda quimera de quien no sabe tener bien puestos los pies en la tierra.(…)
La filosofía en Cataluña ha circulado entre las humoradas de personajes de gran guiñol, tertulianos desocupados como el afamado Francesc Pujols*, o ese pintoresco e indocumentado histrión que se hizo llamar Peyus. (…)
El marco de reflexión ha estado siempre sustituido por la voz de orden que sólo admite obediencia sin fisuras a un credo, a un cacique, a un líder carismático, a un partido, a una determinada escolástica. Este es un país de genuflexos ante el poder. Y de un poder que no permite fisuras; donde el ejercicio de la libertad de opinión está, en principio, severamente contraindicado. En un espacio así no es posible ninguna filosofía verdaderamente creadora. (…)
Seguramente las cosas mejorarían mucho más si comenzáramos a aprender a sumar y multiplicar allí donde lo que visceralmente pide el cuerpo es restar y dividir; si, por ejemplo, se comprendiera que un filósofo es catalán porque “vive y trabaja en Cataluña”, sea cual sea la lengua en que se exprese; y sea cual sea, también, el rumbo ideológico de sus ideas.
Extracto de “El erial filosófico catalán", artículo contenido en la compilación "Pensar en público" Ediciones Destino, Barcelona, 2001.
Otro post sobre el mismo asunto, con otra "víctima" (afortunadamente esta todavía viva):
Juan Marsé no es portada en Catalunya.
*Suyo es el famoso dicho de que un día los catalanes, cuando viajemos por el mundo, lo tendremos todo pagado.
Cursivas del autor, las negritas son mías.
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