Con el tiempo, a poco que uno vaya dialogando con la gente, acabas por convencerte que las ideologías no existen. Son una farsa. Y no me estoy refiriendo a que, al modo que preconizaba Fukuyama, hayamos llegado a un Final de la Historia, donde sólo nos queda proseguir el desarrollo de la vencedora y única ideología posible. (Dicha tesis ya es ideológica y de una ideología muy, muy antigua: el conservadurismo). Lo que quiero decir no es tanto que las ideologías hayan muerto, sino que no son habituales entre la gente. La gente no tiene ideología, tiene bando.
¿Quiere uno saber a que bando pertenece un interlocutor desconocido? Muy fácil. Inicie uno de los temas en boga de actualidad política y espere respuesta. Una vez sepamos cual es su bando cambie de tema. Da igual si es a un tema al que nuestro amigo no haya dedicado jamás un minuto de reflexión1 o que sea excesivamente técnico para un lego o que requiera un información de la que no disponemos. No importa. Nuestro amigo tiene bando, aún más, puede parecer muchas veces que es él quien porta la bandera. Y claro, la bandera siempre hasta la muerte.
Los del bando adversario no sólo no tienen nunca razón, además -se diga abiertamente o se deje entrever-, todos los que le representan son ineptos, cortos, deshonestos, cobardes. Cualquier defecto les es propio, cualquier virtud es inconcebible en ellos.
Un argumento irrebatible no es motivo para aceptar la tesis que nos contraponen, si hace falta se cambia de tema alegando algo en que los nuestros han sido vejados y en paz, ya tenemos más razón que un santo. Los argumentos utilizados rara vez provienen de reflexiones propias, suelen ser lemas con alguna fuerza retórica, repetidos instintivamente. Es curioso, y digno de investigación, como se difunden estos lemas. Un día oyes un argumento original, que nunca antes habías oído, en una radio. Esperas unos pocos días y ya suena por todas partes, bueno, por todas las partes de una bandería.
Da igual estar o no informado, saber de que se habla o que nos contesten con un argumento irrebatible, los nuestros tienen razón y si parece que no la tienen será por algo oculto a nuestro entendimiento, pero la tienen. Si se cierran los ojos con la suficiente fuerza lo que no nos gusta de la realidad desaparece. Inteligencia humana. Lo que nunca dejamos de ver, ni aún con los ojos cerrados, es nuestra bandera, bien alta al viento, siempre impoluta.
Actúa la gente, actuamos, en esto, como hacen los políticos; que se guían por consignas, les pasan el guión desde la dirección del partido y de ahí nadie se mueve bajo pena de salir al día siguiente en las portadas de la prensa no-afín. Lo de ellos es partidismo, que aún tiene la excusa de estar motivado por el interés. Lo nuestro son banderías, nada ganamos por defender lo que defendemos. Si acaso corremos el riesgo de perder algo, la razón y la calma.
La situación no es anecdótica. Es mucho más grave de lo que pudiera parecer. Porque a la larga las banderías acaban con el espíritu crítico, factor fundamental en el progreso de la sociedad. Si somos incapaces de ser críticos con los nuestros, los nuestros se blindan y no cambian, no mejoran. Para mantenerse les basta con atacar duro a la bandería contraria. Incluso en los casos más evidentes de ineptitud, como por ejemplo en casos de corrupción económica, hay gente que son incapaces de admitir la falta en los suyos. O lo afirmado entonces es una falsedad inventada por la bandería contraria (es que nos odia) o siempre hay sitio para el “vosotros muchísimo más”. No entendemos que nuestros intereses no son los mismos que los de nuestros dirigentes.
Hoy día la política partidista en España pasa por una fase de radicalismo y confrontación hace mucho no vista2. Las banderías fomentan que esta situación se perpetúe y agrave. La reflexión crítica, el no rehuir nunca los razonamientos del otro, el estar dispuesto a exponer nuestras ideas en discusión abierta y el no aceptar las propias certidumbres sin cuestionarlas, son nuestras mejores armas para mejorar estas circunstancias.
Probemos de ser ecuánimes.
¿Quiere uno saber a que bando pertenece un interlocutor desconocido? Muy fácil. Inicie uno de los temas en boga de actualidad política y espere respuesta. Una vez sepamos cual es su bando cambie de tema. Da igual si es a un tema al que nuestro amigo no haya dedicado jamás un minuto de reflexión1 o que sea excesivamente técnico para un lego o que requiera un información de la que no disponemos. No importa. Nuestro amigo tiene bando, aún más, puede parecer muchas veces que es él quien porta la bandera. Y claro, la bandera siempre hasta la muerte.
Los del bando adversario no sólo no tienen nunca razón, además -se diga abiertamente o se deje entrever-, todos los que le representan son ineptos, cortos, deshonestos, cobardes. Cualquier defecto les es propio, cualquier virtud es inconcebible en ellos.
Un argumento irrebatible no es motivo para aceptar la tesis que nos contraponen, si hace falta se cambia de tema alegando algo en que los nuestros han sido vejados y en paz, ya tenemos más razón que un santo. Los argumentos utilizados rara vez provienen de reflexiones propias, suelen ser lemas con alguna fuerza retórica, repetidos instintivamente. Es curioso, y digno de investigación, como se difunden estos lemas. Un día oyes un argumento original, que nunca antes habías oído, en una radio. Esperas unos pocos días y ya suena por todas partes, bueno, por todas las partes de una bandería.
Da igual estar o no informado, saber de que se habla o que nos contesten con un argumento irrebatible, los nuestros tienen razón y si parece que no la tienen será por algo oculto a nuestro entendimiento, pero la tienen. Si se cierran los ojos con la suficiente fuerza lo que no nos gusta de la realidad desaparece. Inteligencia humana. Lo que nunca dejamos de ver, ni aún con los ojos cerrados, es nuestra bandera, bien alta al viento, siempre impoluta.
Actúa la gente, actuamos, en esto, como hacen los políticos; que se guían por consignas, les pasan el guión desde la dirección del partido y de ahí nadie se mueve bajo pena de salir al día siguiente en las portadas de la prensa no-afín. Lo de ellos es partidismo, que aún tiene la excusa de estar motivado por el interés. Lo nuestro son banderías, nada ganamos por defender lo que defendemos. Si acaso corremos el riesgo de perder algo, la razón y la calma.
La situación no es anecdótica. Es mucho más grave de lo que pudiera parecer. Porque a la larga las banderías acaban con el espíritu crítico, factor fundamental en el progreso de la sociedad. Si somos incapaces de ser críticos con los nuestros, los nuestros se blindan y no cambian, no mejoran. Para mantenerse les basta con atacar duro a la bandería contraria. Incluso en los casos más evidentes de ineptitud, como por ejemplo en casos de corrupción económica, hay gente que son incapaces de admitir la falta en los suyos. O lo afirmado entonces es una falsedad inventada por la bandería contraria (es que nos odia) o siempre hay sitio para el “vosotros muchísimo más”. No entendemos que nuestros intereses no son los mismos que los de nuestros dirigentes.
Hoy día la política partidista en España pasa por una fase de radicalismo y confrontación hace mucho no vista2. Las banderías fomentan que esta situación se perpetúe y agrave. La reflexión crítica, el no rehuir nunca los razonamientos del otro, el estar dispuesto a exponer nuestras ideas en discusión abierta y el no aceptar las propias certidumbres sin cuestionarlas, son nuestras mejores armas para mejorar estas circunstancias.
Probemos de ser ecuánimes.
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1 Decía María Zambrano que no nos podíamos responsabilizar de nuestro hablar porque lo hacíamos con la precipitación por escapar a la trampa que nos tendían las circunstancias. Quizás sea eso, pero es que ¡siempre queremos escapar hacia adelante!
2Y es sintomático, además, cómo se lleva a cabo esta confrontación dónde es más importante aparentar de cara a la opinión pública que no mantener las propias convicciones (¿Recordamos “El Príncipe”?). Tendremos que acabar aceptando con Aristóteles que la democracia degenera en demagogia (Si esto nuestro no es acaso una oligarquía)
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