viernes, junio 26, 2009

Fuego (eso sí, tolerante) a Espanya.


El nacionalismo ya tiene estas cosas. Y es normal, uno de sus presupuestos es que sea como sea "somos mejores" (o som millors). A veces eso se disfraza con un "no es que seamos mejores o peores, es que somos diferentes","no es que seamos mejores o peores, es que somos diferentes", pero este "ser diferente" implica en el fondo un "mejores".
Por ello mismo el nacionalismo catalán no puede ser nunca malo. Por contra el español es siempre malo, son "fachas" por españolistas, ¿pero no por ser 'nacionalistas'?.

Así el nacionalismo catalán nunca es "intolerante" (palabra que define al nacionalismo español), pero entonces ¿qué pasa cuando los actos de intolerancia son obvios?. Los medios de comunicación simplemente pasan por encima, la noticia es un breve de un día, que nunca más volverá a salir, no hay tema del que hablar.

Un caso reciente; En Terrassa se montó una gran pantalla para que aficionados catalanes pudiesen ver el partido "España-Sudáfrica" . Claro, uno puede sentirse o no español, le puede gustar o no el fútbol, pero lo que se entiende por 'tolerancia' es aceptar la opinión de los demás y su libertad para organizar reuniones lúdicas de este tipo. Sin embargo, la plataforma independentista Endavant - OSAN (un grupo perfectamente organizado), convocaron una concentración para boicotear el evento. De hecho, el boicot ya estaba anunciado en el Diari de Terrassa, días antes. Equipados con una garrafa de 5 litros de gasolina (nada improvisado) prendieron fuego a la pantalla, por suerte sin provocar heridos. Por suerte también la gente abandonó el recinto, sin que hubieran enfrentamientos.

El lunes Endavant - OSAN enviaba un comunicado asegurando que el acto había sido un "éxito".

Para el diario Avui, el hecho aparece como casi casual, nadie diría que hay relación entre el nacionalismo de esos intolerantes y los hechos ocurridos ". Antes de explicar que había la concentración independentista, nos informa de que "Algú, encara sense identificar, ha llançat una ampolla de benzina sota la pantalla gegant, que ha començat a cremar.". Hay un "vándalo" suelto por ahí (por supuesto saben que ha sido sólo uno, no puede ser de otra forma) y por otro lado un grupo de manifestantes. por supuesto nada que ver. El nacionalismo catalán nunca es vandálico como el español. Som millors, vull dir diferents.

Y es increíble que cuando el nacionalismo comenta, en diversos ámbitos, la noticia, se defiende precisamente eso, que esta gente son gamberros, pero no nacionalistas. ¿Imaginamos si el acto lo hubiesen hecho unos ultra-españolistas? ¿A caso sería defendible que son gamberros y no españolistas?

Lo de los comentarios (como de costumbre) de los lectores del diario Avui a los hechos es capítulo a parte. Las celebraciones son generalizadas. Y los insultos, por cierto, demuestran la tolerancia de muchos nacionalistas (y del propio diario, que en absoluto los modera);

El negacionismo llega al punto que entre insultos y vivas generalizados hay quien niega que algo así lo puedan hacer nacionalistas catalanes (tan tolerantes y perfectos), buenísimo porque el mismo lector firma como "conspiració";



"2801 .els autors han estat infiltrats de la policia espanyola...temps al temps..."

La respuesta de otro lector (quizá también un policía infiltrado);



"2811 .no home , si ús plau " conspiració" no ens donis aquesta decepció que fins ara n'estavem orgullosos dels qui "han estat" i si ens dius que són policia espanyola ens talles el bon rotllo ."

jueves, junio 18, 2009

Soy quien soy, que no soy yo.

'Sóc qui sóc que no sóc jo'
por Félix Ovejero Lucas, El País, 6 de marzo de 2006


Yo no sé muy bien cuál es la lengua de Cataluña. Lo que sí resulta más fácil determinar es la lengua de los catalanes. Según recordaba este mismo periódico en un informe reciente, el castellano, además de la lengua común, es la lengua materna de la mayor parte de los catalanes. Exactamente, mientras el 53,5% de los catalanes tiene como lengua materna el castellano, el 40,4% tiene el catalán. Una diferencia apreciable: 13,1%. Todo eso es conocido y no hay que darle más vueltas, o sólo unas pocas cuando esa realidad bilingüe es negada por las instituciones. Cuando, por ejemplo, en los hospitales la información está exclusivamente en catalán, lo que no es una broma para la población de mayor edad y más pobre, la más necesitada de asistencia médica pública. Claro que se podría aplicar el criterio de Artur Mas cuando, a propósito de la enseñanza, recomienda: "Que monten un colegio privado en castellano para el que lo quiera pagar, igual que se montó uno en japonés en su momento". Pues eso, que se editen ellos los folletos.

Pero el resultado más llamativo del informe es otro: un 48,8% de los entrevistados cree que su lengua propia es el catalán. Es decir, hay catalanes que consideran que su propia lengua no es su lengua propia. La anomalía no es importante en número pero sí en naturaleza. Todos consideraríamos que ha perdido el juicio un individuo chaparro y cetrino que dijera de sí mismo que, en realidad, como en la copla, él era "hermoso y rubio como la cerveza". Esto es, que no se parece a su propia identidad. Una idea rara. Por definición uno es idéntico a sí mismo. Casi todas las acepciones de las muchas de la palabra "alienación" están recogidas en un comportamiento como éste.

¿Cómo ha podido suceder esta anomalía? No se me ocurre otra explicación que la labor de una clase política que se ha inventado un país que no existe y, sistemáticamente, a costa de lo que sea, se empecina en encajar la realidad en el mito para después reclamar en nombre del mito. Es la historia común de los nacionalismos según la eficaz fórmula de Hobsbawm: la invención de una tradición. En este caso la operación es bastante precisable: una lengua dota de identidad, una identidad sirve de cimiento a una nación y una nación requiere un Estado. Más doméstico y cercanamente, el proceso estatutario es un ejemplo espléndido de cómo se ceba la ficción. La reforma del Estatuto no respondía a ninguna demanda social. Los catalanes estaban muy satisfechos con su grado de autogobierno e, indiferentes a la agitación mediática y a las atosigantes presiones políticas, consideraban la reforma del Estatuto la menor de sus inquietudes. Así lo mostraron sucesivas encuestas que no se ven replicadas por el argumento de que el nuevo Estatuto (¿cuál?) viene respaldado por el 90 % del Parlamento catalán. Un argumento con muchas costuras que, en cualquier caso, no es de recibo cuando procede de quienes forman parte de ese 90%. En particular: si el PSOE apoya un proceso, no puede después alegar que hay que tomárselo en serio porque cuenta con muchos apoyos. Eso es como el jayán que, después de animar a la gamberrada, pillado en falta, alega "es que los otros hacen lo mismo".

Entiéndase, la novedad no radica exclusivamente en que la clase política apenas se parezca a la sociedad catalana. Eso, en principio, no es excepcional. La sociología radical anglosajona de los sesenta mostró convincentemente los muchos abismos sociales que separan a los ciudadanos de sus representantes. Y también que tales abismos no salen gratis. Las redes familiares e informales de quienes comparten colegios, universidades, despachos y parentela deciden el inventario de los problemas relevantes y las soluciones aceptables. No es un problema de mala fe, de que gobiernen al dictado del comité central de la burguesía; es peor, es que, honestamente, los problemas, las "preocupaciones de la sociedad" que reconocen son los de los suyos. Sencillamente, no saben que existen otros. El núcleo cabal de las medidas de discriminación positiva en las instituciones representativas es un intento de responder a esa anomalía democrática.

La particularidad de la clase política catalana es que ese abismo se superpone a una reivindicación identitaria. Al final de todas las intervenciones de los políticos catalanes hay una apelación a una identidad propia. El problema, claro, es que la identidad de la sociedad catalana no se parece a la de los políticos. Para decirlo brevemente, Maragall no es Evo Morales. No forma parte de los excluidos. Más bien al contrario. La evidencia empírica es abrumadoramente elocuente. Por ejemplo, la recogida en la tesis doctoral de Thomas Jeffrey Miley presentada en la Universidad de Yale sobre The Politics of Language and Nation: the Case of the Catalans in Contemporary Spain. Los datos, y son legión, resultan inequívocos: mientras el 43% de la población reconocía que su "identidad lingüística" era el castellano, entre los parlamentarios, cuando se les preguntaba si se consideran castellanohablantes, la cifra se queda en 7,1%. Y algún otro más: mientras, entre la población de origen inmigrante, la tasa de "abandono" de la propia lengua resultaba inapreciable, ese porcentaje era extremadamente alto entre maestros, parlamentarios y políticos locales. En breve, si querían entrar en el club de las almendritas saladas tenían que dejar "la identidad" en la puerta. Y ello sin garantías de atravesar el dintel. Porque la sociedad catalana, en contra de los tópicos, muestra una porosidad feudal a la hora de admitir nuevos invitados: la movilidad social de los últimos veinticinco años ha disminuido respecto a los veinticinco anteriores. Sobre esto también hay solventes investigaciones. Por cierto, también en inglés.

La clase política se ha esmerado en crear un paisaje social a su imagen y semejanza. El empeño ha sido tenaz, se han gastado muchos dineros, se ha tutelado durante años y, aunque magros, los resultados van llegando. No es difícil. La realidad resulta irrelevante para que prendan los mitos tribales. Un conocido experimento psicológico muestra que si en un grupo de personas pedimos que se identifiquen aquellos cuyo número de DNI termina en 7, al rato, los del 7 encuentran que se parecen, que son distintos a los demás. Nada hay más sencillo que fabricar una identidad. Sobre todo cuando se reboza de algunas cuentas trucadas sobre balanzas fiscales, que, por supuesto, siempre se echan entre nosotros, los del 7, y los otros, nunca comparando a los del 7 entre sí.

La tarea ha sido realizada con paciencia mineral durante años. Sin cejar y sin reparar en la pulcritud democrática de los procedimientos, pero discretamente. La novedad es que ahora, con el nuevo Estatuto, se ha dejado por escrito en letras grandes y con los focos iluminando. Absortos en su propia burbuja, los políticos catalanes creían que su mundo era el mundo, y de pronto se sorprenden cuando "en Madrid" se quedan estupefactos ante el nuevo texto y, no menos, ante la escenificación con la que se presenta en el Parlamento español. No es que "en Madrid" estuvieran más cerca de la realidad de Cataluña, es que no estaban tan lejos del planeta Tierra.

Un texto legal no es un inventario de almacén. No tiene que describir el mundo, si los ciudadanos son bajitos, morenos o divertidos. No tienen que decirnos cuál es nuestra lengua apropiada. La verdad es que, si se trata de proclamar simpatía a los textos legales sobre estos asuntos, yo me quedo con la Constitución y el Estatut de la República. Pero, en fin, si resulta obligado jugar a la contabilidad, por lo menos que se cumpla con la exigencia primera del género: la veracidad. El proyecto de Estatuto salido del Parlamento catalán parecía un manual de historia natural. Pero de los del siglo XVI, trufados de animales fantásticos. Lo peor es que ahora, desde los laboratorios, se empeñarán en que los ciudadanos nos parezcamos a centauros, unicornios y quimeras.

jueves, junio 11, 2009

Lo que Catalunya (la Catalunya Real) decide.

La campaña electoral de ERC se centró, como dijimos, en el "Dret a Decidir", si queríamos decidir nosotros, los catalanes "y no que decidan por nosotros desde Madrit" debíamos votarles a ellos (eso sí, a ellos europeístas como el que más, aunque esto de ser "europeísta" quiere decir que la mayoría de decisiones se tomen en Bruselas, esto es, "que Bruselas decida por nosotros".

Pues bien, este pasado 7 de junio, los catalanes (individuos y no la "Catalunya abstracta" que siempre es según ellos ultra-nacionalista) pudimos "decidir". Y al parecer decidimos "contra Catalunya", pues sólo un 9% de catalanes "volem decidir" en el sentido que dice ERC, quizá porque somos conscientes de que ya decidimos.

Pero ahí, no se queda todo, el doble de catalanes (un 18%) dan su apoyo al anti-catalán más criminalizado de la democracia, el terrible Vidal-Quadras, el más españolista de los españolistas (y éste es españolista, de verdad -no como nos dicta el nacionalismo catalán, que dice que el que no es catalanista es ya por defecto, españolista- aunque su nacionalismo es un nacionalismo de mantequilla al lado del de CiU o ERC).

Me entristece esta fuerza del PP, como la fuerza de CiU, pues sus concepciones socio-económicas son de una derecha que abomino. Pero están dentro de lo que es la realidad de Catalunya de hoy, plural, aunque éste adjetivo -plural- sólo les guste, a los nacionalistas, exigírselo a España.

Y es que al final, por más que el nacionalismo nos dé la tabarra con su "Catalunya Ideal" la "Catalunya Real" tiene la mala consideración de estropearles todos sus sueños.

viernes, junio 05, 2009

ERC decide por ti.

Me asombra la campaña de ERC en estas "europeas". Me asombra cómo juegan con la retórica para convencernos de lo contrario de lo que parecen decir. Su campaña se centra en el "Decidir" ¿Pero quién es el sujeto que ha de "decidir", según ellos?.

El anuncio que pasan por televisión empieza diciendo; "Decidir. Quantes vegades t'han dit tens tot el dret a decidir?". La fuerza del argumento está en que se dirige al individuo, a ti y a mí. A las personas, a los ciudadanos concretos. Y ahí todos estamos de acuerdo.

¿Todos? ¿Cuál es la postura de ERC, por ejemplo en cuanto a la "inmersió"? Su postura es que los padres no pueden elegir, si someten a sus hijos a la inmersió o no. Ahí deciden ellos, decide "Catalunya", según su retórica (o sea ellos, que son la conciencia de Catalunya). El "decidir" del que habla ERC no es el "decidir" libre de las personas, sino del "Dret a decidir" de los "derechos colectivos" que se anteponen a los derechos reales de los ciudadanos.


Por eso, y una vez conseguida la aprobación a que "tengo derecho a decidir" se pasa, disimuladamente a un "decidim" ya sí, colectivo, sin que nos demos cuenta de que ya no están diciendo lo mismo. Porque el "todos" del nacionalismo, no es el "todos y cada uno" el que nos incluye a cada ciudadano (los que de verdad tendríamos que decidir). El "todos" es Catalunya como esencia, como ente abstracto, de cuya voluntad, claro, son ellos los intérpretes. Así, Catalunya decide, pero los catalanes no.

Pero al final del vídeo, pidiendo el voto directamente, nos aparece Puigcercós, mirando fijamente a cámara, de persona a persona y lanza un rotundo y lacónico "Decideix-te". Porque al final, saben, que quien les ha de dar el voto es cada ciudadano, uno a uno.

Centrarse en la retórica del "Dret a Decidir" es doblemente paradójico, si pensamos, además, que se trata de unas elecciones Europeas. Si se supone, dentro de su lógica, que el "Dret a decidir" es la reclamación de algo que no se tiene, de un derecho que debería tener Catalunya, frente a "España" que decide por nosotros, ¿cómo es que ERC se nos presentan como europeístas? ¿Por qué dentro de esta enorme "Europa", en cuyo seno nuestro peso demográfico es ínfimo frente al que tenemos en España, si"decidimos"? Si, como se nos recuerda tanto últimamente, el 80% de las decisiones que nos afectan, se toman en Europa ¿cómo es que decidimos? ¿cómo se nos pide el voto por ello? ¿en Europa decidimos y en España no?

La retórica del nacionalismo, no se ha sabido adaptar a los Estados democráticos del siglo XXI, nada más que así, retóricamente. Aún no entienden que la Libertad es la Libertad de las personas, y que no hay Estado libre en el que no lo sean todos sus ciudadanos y que no se puede decir de un Estado democrático, donde hay igualdad de voto entre la ciudadanía, que no exista ya el "derecho a decidir".

miércoles, junio 03, 2009

Pedir el voto en bilingüe

Es curioso que el díptico que recibo en casa, con el que el PSC me pide el voto, esté en versión perfectamente bilingüe. Cuando por ejemplo, los folletos, carteles y dípticos informativos que encuentras en un Hospital o un CAP publicados por la Generalitat están sólo en catalán. Parece que no es importante la identidad lingüística de la mitad de los catalanes en este caso -¿en el caso de pedir el voto sí?-. Ni es importante que un diez por ciento de los catalanes no sepa leer catalán, en su mayoría personas mayores, que suelen ser el colectivo que más necesita de esa información, y que se pueden entretener leyendo esos folletos mientras esperan en la consulta.

Algún día nos tendrían que explicar porqué sólo se acuerdan de la identidad castellanoparlante de la mitad de los catalanes en periodo de elecciones.