viernes, marzo 26, 2010

Los "españoles" se han tragado lo de la "desafección".

Empieza a ser muy común la idea de que cediendo a las pretensiones del nacionalismo catalán se llegará a un estabilidad y el nacionalismo se va a volitilizar como por arte de magia. Lo contrario, piensan, lo que provoca es la extensión del independentismo y el desapego a "España".

Desde luego, no conocen la naturaleza del nacionalismo. El nacionalismo crece por su promoción, y no por ninguna clase de "desafección", concepto que no es más que una ficción, una invección manufacturada en parte en el mismo laboratorio en el que lo fue el
"català emprenyat" hoy eludido porque unas elecciones dejaron bien sentado que no existía más que en los despachos en que se reune el G-16 y por los pasillos del Palau.

El "català emprenyat" como los "desafectos" son los mismos, los que siempre están, estaban y estarán, emprenyats y desafectos con
"España" sencillamente porque no se sienten españoles, ni se lo sentirán nunca por más cesiones a su posición se hagan. Son los nacionalistas y su misma naturaleza, y su propia supervivencia, se basa en ese descontento insaciable.

A ello se suma un segundo problema. Cuando desde el resto de España se habla de ello, se habla de "Cataluña" o los "catalanes" como si la condición nacionalista fuera la exclusiva, la de todos. Es decir, también
se tragan el argumento nacionalista de que hay una homogeneidad y una preocupación general por estos temas en Catalunya. Quiere decirse que, puesto que todos los catalanes somos nacionalistas, la cesión al nacionalismo se ve como la única salida posible. O se cede o se acaba España. Transmitir esa imagen de unanimidad es algo a lo que dedican los esfuerzos de nuestros políticos y de nuestro stablishment burgués (entre los cuales sí que casi se da esa unanimidad) y con ese objetivo se emprenden iniciativas como la del "editorial conjunto". Poco importa que, según una encuesta de la propia Generalitat, sólo el 3,4% de catalanes responda que el problema más importante de Catalunya es la relación Catalunya/España.

De esta forma se está extendiendo triunfalmente en España, la idea de que se ha de ceder al nacionalismo o el independentismo crecerá aún más, que la única manera de construir España es colaborando con quienes no soportan la idea de España y planean deshacerla. La realidad, por supuesto, es la inversa. El nacionalismo, y con él el independentismo, como todo en el mundo, crece cuanto más se le alimenta. De hecho, desde la transición democrática hasta hoy, cada nuevo paso en el autogobierno lejos de ir apagando progresivamente el ardor nacionalista lo que ha conseguido es, con más confianza en su aumentada fuerza, insuflarse aún más. El nacionalismo no ha hecho más que crecer, y esa es la tendencia a menos que se empiecen a escuchar las voces acalladas del no-nacionalismo, tan presentes en la calle, pero tan invisibles en los medios.

Por eso desde España, lejos de dar más pábulo al nacionalismo, quien quiera realmente que no continue esta espiral acelerada del independentismo, lo que debieran es acentuar su apoyo a la realidad
plural de Catalunya. La comprensión y justificación desde el resto de España de los desmanes del nacionalismo es la auténtica fábrica de independentistas por vía de la eliminación de la diversidad actual. La justificación de la inmersión escolar en catalán (que transmite al niño que la única lengua legítima es la catalana), la consideración de que el catalán sea "lengua propia" de Catalunya (y el castellano, por lo tanto, impropia), la exclusión efectiva del castellano de las instituciones y la vida pública o, sobre todo, la criminalización del catalán disidente, de aquel que denuncia dichos excesos, lo que consigue es eso, que cada vez menos personas se atrevan a protestar ante la visión uniformista de la "construcció nacional" y a la vez cada vez más personas vayan aceptándola como algo "normal", como algo ante lo que sólo cabe la sumisión y el acomodamiento, y por supuesto, nunca la protesta.




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