Para pasar primero por las debilidades de este "patriotismo" -aquel que desea lo mejor para su Nación, frente al nacionalismo que es aquel que considera que "lo mejor", es ya lo "propio" de su Nación.- el primer problema de este "querer lo bueno" para el propio país está en el límite de lo que consideramos "nuestro país". Cómo delimitemos nuestro país puede hacernos llevar a dar el ligero paso que nos lleva del patriotismo al nacionalismo. Cuando el límite no sólo es externo, es decir las "fronteras" establecidas internacionalmente, sino también interno, cuando colocamos "fronteras internas" que nos hacen discernir entre los "naturales" y los "extranjeros"o los "metecos".
Menos objetable es cuando esta frontera es simplemente "jurídica" (y en base a una norma jurídica que no se sustenta en la discriminación entre ciudadanos). Es un mal inevitable, que nos permite discernir entre, por ejemplo, el turista y el ciudadano. Y formaliza cuales son los derechos y las obligaciones exigibles a cada uno. Esta frontera jurídica, para ser legítima, ha de estar limpia de prejuicios costumbrista-culturales. Es decir, no pueden limitarse ni diferenciarse los derechos de un ciudadano por ser mujer, budista, homosexual, negro... o tener una cultura o costumbres diferentes. La decisión de si alguien es o no ciudadano no puede estar condicionada por esas u otras características de ese tipo.
Por ello es inadmisible cualquier "contrato de integración" como los que propugnan el PP o Convergència i Unió. El contrato sólo puede ser aquel que nos hace iguales, es decir la ley, pero también igualmente libres. No cabe un paso previo de homogeneización para ser admitido.
La otra frontera, la exterior, también es un mal (y no conviene olvidarlo) aunque un mal de momento inevitable. Pero aquí también yace otra debilidad de este "patriotismo". Creo que la tendencia debería ser la de diluir estas fronteras en lo posible -algo que la Unión Europea a conseguido en parte- de forma que las diferencias entre derechos y deberes de la ciudadanía sean las mínimas entre los ciudadanos de un Estado y otro. La necesidad de estas fronteras no debería servir de excusa para propugnar que "querer lo bueno" para el propio país está reñido con querer lo bueno para cualquier país, y tener una concepción darwinista de las relaciones entre países, según la cual hay una lucha por la supervivencia irremediable entre países, que los países son "lobos" para los países. Y que de lo que se trata es de "tomar ventaja" con el resto, con un espíritu competitivo, más que cooperativo, pues estaríamos cayendo de nuevo en el nacionalismo y olvidando que en el fondo no hay "países" sino "personas".
Este patriotismo de "querer lo mejor" para el propio país puede ser, así, virtuoso, siempre que no se considere "lo bueno" como lo bueno de una parte del país y no de todo el país y no se enfrente a "lo bueno" de otros países, sino que considere que lo bueno para mi país, (la libertad, igualdad y prosperidad de sus ciudadanos) es lo bueno para cualquier país.
Este patriotismo así entendido, creo que se puede identificar con lo que Habermas llama "Patriotismo constitucional". (nada que ver con el uso que hace el PP de este concepto) . Se trata de un patriotismo de izquierdas, progresista y post-nacional.
Menos objetable es cuando esta frontera es simplemente "jurídica" (y en base a una norma jurídica que no se sustenta en la discriminación entre ciudadanos). Es un mal inevitable, que nos permite discernir entre, por ejemplo, el turista y el ciudadano. Y formaliza cuales son los derechos y las obligaciones exigibles a cada uno. Esta frontera jurídica, para ser legítima, ha de estar limpia de prejuicios costumbrista-culturales. Es decir, no pueden limitarse ni diferenciarse los derechos de un ciudadano por ser mujer, budista, homosexual, negro... o tener una cultura o costumbres diferentes. La decisión de si alguien es o no ciudadano no puede estar condicionada por esas u otras características de ese tipo.
Por ello es inadmisible cualquier "contrato de integración" como los que propugnan el PP o Convergència i Unió. El contrato sólo puede ser aquel que nos hace iguales, es decir la ley, pero también igualmente libres. No cabe un paso previo de homogeneización para ser admitido.
La otra frontera, la exterior, también es un mal (y no conviene olvidarlo) aunque un mal de momento inevitable. Pero aquí también yace otra debilidad de este "patriotismo". Creo que la tendencia debería ser la de diluir estas fronteras en lo posible -algo que la Unión Europea a conseguido en parte- de forma que las diferencias entre derechos y deberes de la ciudadanía sean las mínimas entre los ciudadanos de un Estado y otro. La necesidad de estas fronteras no debería servir de excusa para propugnar que "querer lo bueno" para el propio país está reñido con querer lo bueno para cualquier país, y tener una concepción darwinista de las relaciones entre países, según la cual hay una lucha por la supervivencia irremediable entre países, que los países son "lobos" para los países. Y que de lo que se trata es de "tomar ventaja" con el resto, con un espíritu competitivo, más que cooperativo, pues estaríamos cayendo de nuevo en el nacionalismo y olvidando que en el fondo no hay "países" sino "personas".
Este patriotismo de "querer lo mejor" para el propio país puede ser, así, virtuoso, siempre que no se considere "lo bueno" como lo bueno de una parte del país y no de todo el país y no se enfrente a "lo bueno" de otros países, sino que considere que lo bueno para mi país, (la libertad, igualdad y prosperidad de sus ciudadanos) es lo bueno para cualquier país.
Este patriotismo así entendido, creo que se puede identificar con lo que Habermas llama "Patriotismo constitucional". (nada que ver con el uso que hace el PP de este concepto) . Se trata de un patriotismo de izquierdas, progresista y post-nacional.
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