por Antonio Robles.
"La desafección de los ciudadanos a la política o, si quieren, su sensación de que los políticos no son consecuentes con sus promesas (66,6%, según el CEO, cree que «los políticos buscan el beneficio propio»), es un problema de cualquier democracia, también de la española.
En Cataluña, además, se añade al rosario de incumplimientos, la obsesión por sustituir la realidad común de los mortales por otra virtual, impuesta por una hegemonía parlamentaria, gubernamental y cultural, y transmitida por sus medios de comunicación públicos y buena parte de los privados subvencionados. El resultado es una falsificación de la percepción de la realidad por parte del ciudadano. Me explico: cualquiera que se pierda por el Parlament, por TV3 o por alguna de las consejerías del Gobierno, lo primero que percibe es que todo parece gestionarse como si fuéramos un Estado frustrado. España flota como un cuerpo extraño del que nos hemos de desembarazar. Nadie parece sentir apego, cercanía o simpatía por ella. E incide sobre la realidad. Thierry Henry la ha retratado fielmente: «Cataluña no es España»; y ha añadido al día siguiente: «No es una opinión, lo he visto». No miente, ni manipula, transmite lo que percibe en el ambiente publicado o forzado en el entorno del Barça, de Joan Laporta.
Sin embargo, más allá de esa atmósfera forzada y superficial, cuando las encuestan (CEO) nos acercan a la realidad corriente de la calle, vemos que sólo existe un 17,5% de ciudadanos que se sienten únicamente catalanes, e incluso no todos ellos pretenden un Estado propio (un 16,1%).
En Cataluña, la acción política y los medios de comunicación como correa de transmisión de aquélla, recrean las quimeras nacionalistas para hacerlas pasar por reales. No le va mal el negocio: El Parlament es un fiel reflejo de esa realidad virtual. Si hiciéramos una encuesta entre los parlamentarios, ese porcentaje del 17,5% que se sienten únicamente catalanes se quintuplicaría. En TV3 no haría falta ni hacerla."
Primera parte de un artículo publicado por Antonio Robles, El Mundo 1 de marzo de 2009
"La desafección de los ciudadanos a la política o, si quieren, su sensación de que los políticos no son consecuentes con sus promesas (66,6%, según el CEO, cree que «los políticos buscan el beneficio propio»), es un problema de cualquier democracia, también de la española.
En Cataluña, además, se añade al rosario de incumplimientos, la obsesión por sustituir la realidad común de los mortales por otra virtual, impuesta por una hegemonía parlamentaria, gubernamental y cultural, y transmitida por sus medios de comunicación públicos y buena parte de los privados subvencionados. El resultado es una falsificación de la percepción de la realidad por parte del ciudadano. Me explico: cualquiera que se pierda por el Parlament, por TV3 o por alguna de las consejerías del Gobierno, lo primero que percibe es que todo parece gestionarse como si fuéramos un Estado frustrado. España flota como un cuerpo extraño del que nos hemos de desembarazar. Nadie parece sentir apego, cercanía o simpatía por ella. E incide sobre la realidad. Thierry Henry la ha retratado fielmente: «Cataluña no es España»; y ha añadido al día siguiente: «No es una opinión, lo he visto». No miente, ni manipula, transmite lo que percibe en el ambiente publicado o forzado en el entorno del Barça, de Joan Laporta.
Sin embargo, más allá de esa atmósfera forzada y superficial, cuando las encuestan (CEO) nos acercan a la realidad corriente de la calle, vemos que sólo existe un 17,5% de ciudadanos que se sienten únicamente catalanes, e incluso no todos ellos pretenden un Estado propio (un 16,1%).
En Cataluña, la acción política y los medios de comunicación como correa de transmisión de aquélla, recrean las quimeras nacionalistas para hacerlas pasar por reales. No le va mal el negocio: El Parlament es un fiel reflejo de esa realidad virtual. Si hiciéramos una encuesta entre los parlamentarios, ese porcentaje del 17,5% que se sienten únicamente catalanes se quintuplicaría. En TV3 no haría falta ni hacerla."
Primera parte de un artículo publicado por Antonio Robles, El Mundo 1 de marzo de 2009
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