En el resto del mundo, la sociedad civil refiere a la ciudadanía. A la "gente de la calle" y sus relaciones, a la persona que ésto lee, a su familia y a su comunidad de vecinos. En Catalunya, no. Aquí el "fet diferencial" alcanza también a esto. Aquí uno ha visto durante años que cuando se referían a la "sociedad civil", los medios de comunicación y políticos, nos estaban hablando de unas gentes con las que uno no se suele cruzar por la calle.
Ahora con el "caso Palau" aún se hace más repetitivamente. Se destaca el peligro que el caso supone porque puede contaminar a toda la "sociedad civil", o las relaciones entre la política y la "sociedad civil", que no deberíamos confundir al señor Millet con el resto de la "sociedad civil", pues es un caso más o menos aislado, o incluso que todo esto es un ataque contra la "sociedad civil".
Porque aquí, Fèlix Millet es uno de los máximos representantes de la "sociedad civil". Yo no sé si el lector es hijo del Presidente de algún banquero, si solía veranear con la "familia Maragall", si el President Jordi Pujol se solía pasar por casa o si come cada verano con Artur Mas. No lo sé. Pero para mí, eso no es muy representativo de la normalidad entre la ciudadanía catalana.
Lo que se llama aquí "sociedad civil", no es sino lo que en otros lugares se conoce como "oligarquías". Esto es, unas élites de poder, que por encima del poder político, que en teoría es elegido democráticamente, mueven resortes, quitan y ponen al gusto. Son gentes, "familias", que están ahora y estaban antes. Son unos 400, "y siempre somos los mismos" como dijo el propio Millet. Y sólo hay que ver su procedencia cultural y social. (que curiosamente coincide con la que conforma el Parlament, y que es muy diferente a la que conforma "la calle").
Así uno no se extraña, que cuando los medios hablan de la "sociedad civil" se de por hecho, que toda la catalana tiene un sentimiento fuertemente nacionalista, cuando sólo un 16% de la población no se considera español. O que sólo refiriéndose a la lengua catalana se hable de "nostra llengua" cuando un 43% considera que su lengua propia es el castellano.
O sea que, considerando como "sociedad civil" aquello que no es más que oligarquía, unos centros de poder económico-social, lo que desaparece en el silencio es precisamente la "sociedad civil" real, aquella que ni come, ni se va de vacaciones con los presidentes. Para Touraine, la "sociedad civil" distinguida frente a la política, era el requisito previo para la democracia. Pero si el poder político y la "sociedad civil" pertenecen en realidad a un sólo y reducido núcleo de personas, la democracia real se diluye. Porque sólo algunos tienen acceso continuo a los medios de comunicación y en realidad, en las elecciones, lo que estamos es eligiendo cual de estas opciones precocinadas (en el Liceo, el Orfeó, La Caixa...) nos parece más aceptable.
Y aún peor, si por ejemplo, dentro de estas oligarquías poderosas y de espaldas a la diversidad social, hay un consenso de fondo de ciertos temas, como por ejemplo un proyecto de construcción "nacional" que implica la puesta en marcha de una "inmersió" y el arrinconamiento del castellano al ámbito familiar (lo que conlleva, a su vez, la consideración de la "llengua" como tema intocable, y la criminalización de aquel que lo ponga en cuestión publicamente). Si éste consenso existe entre las diversas tendencia entre las que se reparten el poder, la democracia real se nos diluye.
Ahora con el "caso Palau" aún se hace más repetitivamente. Se destaca el peligro que el caso supone porque puede contaminar a toda la "sociedad civil", o las relaciones entre la política y la "sociedad civil", que no deberíamos confundir al señor Millet con el resto de la "sociedad civil", pues es un caso más o menos aislado, o incluso que todo esto es un ataque contra la "sociedad civil".
Porque aquí, Fèlix Millet es uno de los máximos representantes de la "sociedad civil". Yo no sé si el lector es hijo del Presidente de algún banquero, si solía veranear con la "familia Maragall", si el President Jordi Pujol se solía pasar por casa o si come cada verano con Artur Mas. No lo sé. Pero para mí, eso no es muy representativo de la normalidad entre la ciudadanía catalana.
Lo que se llama aquí "sociedad civil", no es sino lo que en otros lugares se conoce como "oligarquías". Esto es, unas élites de poder, que por encima del poder político, que en teoría es elegido democráticamente, mueven resortes, quitan y ponen al gusto. Son gentes, "familias", que están ahora y estaban antes. Son unos 400, "y siempre somos los mismos" como dijo el propio Millet. Y sólo hay que ver su procedencia cultural y social. (que curiosamente coincide con la que conforma el Parlament, y que es muy diferente a la que conforma "la calle").
Así uno no se extraña, que cuando los medios hablan de la "sociedad civil" se de por hecho, que toda la catalana tiene un sentimiento fuertemente nacionalista, cuando sólo un 16% de la población no se considera español. O que sólo refiriéndose a la lengua catalana se hable de "nostra llengua" cuando un 43% considera que su lengua propia es el castellano.
O sea que, considerando como "sociedad civil" aquello que no es más que oligarquía, unos centros de poder económico-social, lo que desaparece en el silencio es precisamente la "sociedad civil" real, aquella que ni come, ni se va de vacaciones con los presidentes. Para Touraine, la "sociedad civil" distinguida frente a la política, era el requisito previo para la democracia. Pero si el poder político y la "sociedad civil" pertenecen en realidad a un sólo y reducido núcleo de personas, la democracia real se diluye. Porque sólo algunos tienen acceso continuo a los medios de comunicación y en realidad, en las elecciones, lo que estamos es eligiendo cual de estas opciones precocinadas (en el Liceo, el Orfeó, La Caixa...) nos parece más aceptable.
Y aún peor, si por ejemplo, dentro de estas oligarquías poderosas y de espaldas a la diversidad social, hay un consenso de fondo de ciertos temas, como por ejemplo un proyecto de construcción "nacional" que implica la puesta en marcha de una "inmersió" y el arrinconamiento del castellano al ámbito familiar (lo que conlleva, a su vez, la consideración de la "llengua" como tema intocable, y la criminalización de aquel que lo ponga en cuestión publicamente). Si éste consenso existe entre las diversas tendencia entre las que se reparten el poder, la democracia real se nos diluye.
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